Ficha de Neus.

Nunca supo quién era, no tenía nombre, ni familia, ni amigos, no tenía nada. De lo único que estaba consciente era de que tenía que huir de dos cosas: de la guerra que se declaro en la ciudad donde habitaba y de ellos… los fantasmas, esos espíritus con un hueco y una cadena naciendo desde el pecho, los veía por doquiera. Les tenía miedo, no podía evitar cerrar los ojos y temblar aterrada.

Desde que puede recordar, siempre vivió en las calles de esa ciudad extraña de la cual el nombre le es indiferente. Quizás fue abandonada al nacer, quién sabe. El cómo sobrevivió desde tan pequeña es todo un misterio, hasta para ella.

En los pocos momentos tranquilos que tenía, pensaba. Cuestionaba la existencia humana, el por qué de todo y principalmente su propia existencia. Constantemente estaba en busca de una identidad, siempre quiso saber quién era, de dónde venía y hacia dónde iba pero jamás tuvo esa suerte, al menos no en su vida humana.

Una mañana, cuando el sol apenas se había asomado en el horizonte, un tremendo estruendo la despertó. Estaba dormida en un callejón sucio y húmedo. Se asomo y vio una columna de humo a lo lejos, en las calles las personas corrían lo más rápido que podían llevándose todo lo que encontraban por delante, no les importaba nada. Insegura, salió del callejón y fijo su mirada a un lado. Eran muchísimos hombres y todos vestidos iguales, con cascos y armas… Soldados. Aquella guerra no paraba de expandirse y cada día la tenía más cerca.

Sus pies descalzos marcaban sus pasos sobre el lodo en lo que iba corriendo, sin rumbo. Lo único que quería era salir lo más pronto de ahí. Y al fin, la vida le favoreció. Casi llegando al final de la ciudad, allá donde comienza la inmensidad, lo único verdaderamente hermoso ante los ojos de la pequeña… el océano. Un mal pasó y cayó al suelo, ensuciándose más de lo que estaba. Sintió como era tomada del brazo y arrastrada, literalmente, por un desconocido que la subió a un maltrecho barco mientras repetía una y otra vez -“Hay que huir…-“

Por alguna extraña razón se quedo dormida o inconsciente durante el viaje, no lo sabe aunque recuerda claramente despertar en una acogedora y cálida casa. Salió de allí y noto que no era un hogar común y corriente, era un farol y no fue su única sorpresa ya que al mirar hacia atrás, un lugar árido y seco se le presento. Más allá, entre la niebla noto algunas siluetas enormes parecían maquinas, aunque poco después se enteraría que no eran más que barcos abandonados.

Aún desconociendo ese lugar se propuso explorar, quería saber que había más allá de lo que sus ojos podía ver. Llegó al borde de la… ¿isla? Un acantilado muy muy muy alto, se podían escuchar desde kilómetros el romper de las olas sobre las enhiestas rocas. Intento ver más allá pero solo veía agua y más agua… Paz. Paz y tranquilidad fueron las dos sensaciones que se colaron en ella, después de tanto tiempo al fin se sentía bien y a salvo.

Sus pies avanzaron siempre siguiendo el borde del acantilado. Varios metros después ve la primera “señal de vida” desde que llegó. Un hombre vestido con ropas oscuras, rodeado por algunos árboles que desprendían sus hojas de color blanco que danzaban al compás del viento. No daba un aspecto malo ni nada parecido, por lo que se acerco más hasta llegar a su lado aunque separada a una distancia considerable.

Lo analizo detenidamente. Se trataba de un hombre viejo, con las manos dentro de los bolsillos de su abrigo y con los ojos de un color azul fuerte fijos en el más allá. Él parecía ignorar la presencia de la niña ya que siquiera la miro por lo que ella intento hablar, pero él se le adelanto. -Hermoso… ¿no?- Ella respondió moviendo su cabeza, afirmando. - ¿Dónde estamos? Preguntó la pequeña con un tono inseguro a lo que el anciano le responde. - En el fin del mundo.- La miro y le regalo una tierna sonrisa. Obviamente ella no entendía nada pero se mantuvo en silencio y se limito a recorrer el lugar con la mirada: había una espesa niebla, las hojas de esos extraños árboles se dejaban llevar por el viento, y la enorme torre que en la cima tenía una lámpara que giraba y giraba sin parar, emitiendo una luz amarillenta para todos lados.

- ¿Nemo?- Preguntó la pequeña al ver en un enorme barco anclado en la tierra, esa palabra, con la pintura borrosa. - Así se llama el barco. - Contesto el anciano, haciendo una pequeña pausa para después seguir. - Quiere decir Nadie… Es gracioso, es como si tuviera identidad pero a la vez no.- El anciano rió y posteriormente suspiro. -¿Cómo es que te llamas pequeña?- La niña lo miro fijamente, con expresión confundida a lo que el viejo inmediatamente entendió. - Bueno, entonces te llamarás… Nemo y a partir de ahora buscarás tu propia luz. – La pequeña lo miro aún más confundida, ¿qué diantres quería decir con “buscar luz propia”? Quizás lo entendería con el tiempo.

Después de un buen rato de observar la hermosa vista, la pequeña ahora llamada Nemo se dispone a volver a su primer nuevo hogar. Se da media vuelta, dispuesta a comenzar a caminar pero sus ojos los ven… Ellos están ahí, otra vez y son muchos, esos espíritus con huecos y cadenas. Casi como reflejo, como inconsciente se aferra al largo abrigo del viejo, temblando de puro miedo. Él simplemente ríe en un tono un tanto irónico - Así que tú también los ves… No te asustes, ellos no hacen daño.- Poso la diestra sobre la cabeza de la niña para después caminar, al parecer él también podía verlos.

Después de eso los recuerdos son vagos y borrosos. De ves en cuando en su memoria se presentan escenas de ella y el anciano, sentados al borde de aquella isla simplemente observando las estrellas y alguna que otras veces caminando por ahí. Aunque recuerda exactamente como conoció la muerte.

Ella estaba sola, en el mismo lugar donde hablo con el anciano que, por alguna razón que no recuerda, ya no estaba. Lámpara ya no funcionaba, la última luz del mundo se había apagado hace ya bastante tiempo. El barco, Nemo, aún seguía anclado en el mismo lugar. Los árboles seguían ahí, aunque solo quedaban unos pocos. Ella ya había crecido bastante pero el tiempo no le aclaro ciertas cuestiones, aún presentes. A paso lento se acerco a barco y lo observo, entonces una sensación muy extraña le recorrió el cuerpo, sensación que la hizo empujar el ancla al precipicio. La cuerda que unía barco y ancla era muy larga y gruesa, aunque estaba bastante desgastada.

Sin darse cuenta, su pie derecho se enredo con la cuerda, para cuando intento quitarse un fuerte tirón llevo a Nemo al precipicio. No se asusto, es más, se dejo llevar mientras sonreía y las lágrimas afloraron en sus ojos, miraba fijamente las estrellas mientras caía.

Lo último que recuerda es haber sentido un hambre voraz que le desgarraba el interior. Tenía mucha hambre y las almas en la isla no le bastaban, quería más. De alguna manera, abrió un portal a su lado y sin pensarlo ingreso por ese medio al que sería su nuevo mundo, más que nada impulsada por el hambre.